“¡Oh!, ¡Quien tuviera una musa de fuego para escalar el cielo más resplandeciente de la invención!”
Con esta oración comienza Shakespeare su drama Enrique V. Y es la que en silencio o no, pronuncia el alma de quien quiere desvelar misterios. Misterios que esperan el rayo de luz, de inteligencia, que penetrándolos los torne fértiles para la conciencia. Misterios como el de la misma luz, cuyos rayos se adentran en el misterio como naves bogando en un mar infinito (así lo figuraban los egipcios cuando mencionaban la nave de Ra y el fuego oculto de Amón).
¿Qué es en definitiva la luz? No sabemos aún si es onda o corpúsculo o si, como dice Einstein y la teoría cuántica, ambas a un tiempo. Sabemos su velocidad en el vacío, 300.000 kms aproximadamente, velocidad considerada como una de las más importantes constantes universales de la Física; y sin embargo, según la misma teoría de la relatividad de Einstein, si un fotón pudiera llevar un reloj (audaz “petición de principio” y audaz comparación), el tiempo transcurrido, medido por este fotón, desde la más lejana galaxia (a miles de millones de años luz de distancia, y por tanto éste sería el tiempo que, según nuestro referencial, tardaría en llegar hasta nosotros, miles de millones de años) sería nulo. Ahora mismo salió y ya está aquí. ¿Pero cómo, si han pasado tantos años casi como el que tiene la Edad del Universo? No para el siempre joven fotón (onda-corpúsculo de luz) que, como un Hermes alado, atraviesa los confines del Universo a la velocidad del pensamiento. Si esto es así, tal y como afirman las paradojas de la relatividad einstiniana, ¿no será que para la luz no hay tiempo ni espacio, y que éstos cristalizan sus formas geométricas–cárceles fuera de lo que ella es, en la envoltura-traje de su misma existencia, pero nunca en sí misma? De ser esto cierto la Luz es el símbolo más perfecto de la Eternidad y de Dios mismo, la semilla de Brahma cuyo árbol es el universo entero.
Pero si en el ejemplo antedicho proclamamos que su velocidad es infinita (repetimos, el reloj del fotón no movió siquiera su segundero para llegar desde la más lejana y quizás ya extinta galaxia hasta aquí), esto es lo mismo que decir que, en el fondo, es inmóvil y se halla en todas las partes de su recorrido. Si alguien consiguiese hacer girar una vara de incienso encendida a una velocidad infinita, la pequeña luz que ofrenda estaría en todas las partes de la circunferencia, que es lo mismo que decir que estaría inmóvil: los extremos se tocan, y están sumergidos en el misterio, como reza el Bhagavad Gita hindú, sólo aquello que se halla entre los extremos es manifiesto, y por tanto sometido al número y a la razón. Tinieblas absoluta es sinónimo de luz absoluta.
De ser esto cierto, los rayos de luz son una sola luz, anteriores y posteriores al nacimiento y muerte de las galaxias. Y lo que hacen éstas y los innumerables soles que albergan en su seno es, además de ser construidas por la luz misma, encauzar, dirigir su inmóvil o infinita veloz esencia en las diferentes direcciones del tejido de la vida, como hace la araña con su hilo, o como hace la tejedora. Quizás también por ello las Diosas que representaban a la Mente Divina, por ejemplo Neith en Egipto y Atenea en Grecia eran las “divinas tejedoras”. Quizás por ello, como dice H.P. Blavatsky, para la luz no existe pasado ni futuro, sino un vibrante presente que se agita en el seno de una Eternidad sin cambios. Quizás los soles no son los creadores de esta luz, sino que actúan como lentes que enfocan sus rayos. Quizás la luz sea la suprema forma de existencia donde todo, en cuanto que vivo, quiere reencontrarse, para volver a una Unidad que sólo aparentemente fue quebrada, como decía Plotino. Quizás, como dicen ciertas tradiciones esotéricas movimiento, luz y vida son sinónimos absolutos. ¿No es cierto que no podemos concebir ningún movimiento que no sea causa de luz, o vibración electromagnética, en este universo? ¿Y ninguna vibración electromagnética que no sea causa de movimiento: químico, de partículas subatómicas, etc.? ¿Y no es cierto que una doble y permanente implicación en lógica es una identidad? Si A implica a B siempre y si B implica a A siempre, A=B. Quizás sean ciertas las enigmáticas afirmaciones de H.P.B. en su Doctrina Secreta y que tanto inspiraron a Einstein. Quizás la misma inspiración, la misma musa de Fuego de este físico, místico y poeta, proviniera de sus meditaciones (como varias veces menciona) al imaginar cómo ve el mundo un rayo de luz.
La Luz es el primogénito y la emanación primera de lo Supremo, y la Luz es la Vida, dice el evangelista (y el kabalista). Ambas son electricidad –el principio de vida, el Anima Mundi- que impregna el Universo, el vivificador eléctrico de todas las cosas. La Luz es el Gran Proteo mágico, y bajo la voluntad divina del Arquitecto (o más bien de los Arquitectos, los “Constructores” llamados colectivamente Uno), sus ondas diversas y omnipresentes dieron nacimiento a toda forma así como a todo ser viviente. De su seno eléctrico henchido brotan la Materia y el Espíritu. En sus radiaciones yacen los principios de toda acción física y química, y de todos los fenómenos cósmicos y espirituales; ella vitaliza y desorganiza; ella da la vida y produce la muerte, y de su Punto Primordial surgieron gradualmente a la existencia miríadas de mundos, los cuerpos celestes, visibles e invisibles. En la radiación de esta Primera Madre, una en tres, fue donde “Dios”, según Platón, “encendió un Fuego que ahora llamamos el Sol” y que no es la causa ni de la luz ni del calor, sino tan sólo el foco, o como pudiéramos decir, la lente por medio de la cual los Rayos de la Luz Primordial se materializan, se concentran sobre nuestro Sistema Solar, y producen todas las correlaciones de fuerzas.
Piense el Físico en la Luz en un sentido genérico, o sea, no sólo como luz visible, sino como ondas electromagnéticas (rayos gamma, rayos x, microondas, ondas de radio, etc, etc), tan perennes como el Universo mismo y convertidas rítmicamente en partículas materiales, en sus entrecruzamientos; y verá hasta qué punto son ciertas y actuales estas afirmaciones proferidas a finales del siglo XIX por la genial H.P.B.
La Luz es el primogénito y la emanación primera de lo Supremo, y la Luz es la Vida, dice el evangelista (y el kabalista). Ambas son electricidad –el principio de vida, el Anima Mundi- que impregna el Universo, el vivificador eléctrico de todas las cosas. La Luz es el Gran Proteo mágico, y bajo la voluntad divina del Arquitecto (o más bien de los Arquitectos, los “Constructores” llamados colectivamente Uno), sus ondas diversas y omnipresentes dieron nacimiento a toda forma así como a todo ser viviente. De su seno eléctrico henchido brotan la Materia y el Espíritu. En sus radiaciones yacen los principios de toda acción física y química, y de todos los fenómenos cósmicos y espirituales; ella vitaliza y desorganiza; ella da la vida y produce la muerte, y de su Punto Primordial surgieron gradualmente a la existencia miríadas de mundos, los cuerpos celestes, visibles e invisibles. En la radiación de esta Primera Madre, una en tres, fue donde “Dios”, según Platón, “encendió un Fuego que ahora llamamos el Sol” y que no es la causa ni de la luz ni del calor, sino tan sólo el foco, o como pudiéramos decir, la lente por medio de la cual los Rayos de la Luz Primordial se materializan, se concentran sobre nuestro Sistema Solar, y producen todas las correlaciones de fuerzas.
Piense el Físico en la Luz en un sentido genérico, o sea, no sólo como luz visible, sino como ondas electromagnéticas (rayos gamma, rayos x, microondas, ondas de radio, etc, etc), tan perennes como el Universo mismo y convertidas rítmicamente en partículas materiales, en sus entrecruzamientos; y verá hasta qué punto son ciertas y actuales estas afirmaciones proferidas a finales del siglo XIX por la genial H.P.B.